
MARTES 29 JUNIO 2021
Nos despertamos en la bonita y cómoda habitación del Parador de Lorca «gracias» al despertador de los vecinos de la habitación de al lado. Nos pegamos otro desayuno de campeonato en el comedor del parador, con vistas al valle y a los restos arqueológicos, y pusimos rumbo a La Manga del Mar Menor para recorrer sus 21 km. La Manga se encuentra en una lengua de tierra cuya parte sur pertenece a Cartagena (del Km 0 al 3, hasta Monteblanco) y la Norte a San Javier, siendo por tanto una región difícil de gestionar. Se extiende desde el Cabo de Palos hasta las Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar, pero éstos no tienen conexión por tierra con el resto de la lengua, de ahí el problema. La anchura de la lengua va desde los 200 metros hasta poco más de un kilómetro, según la zona, y separa el Mar Mediterráneo del Mar Menor, pero existen canales de conexión entre los dos mares, tanto naturales como artificiales. La campaña de turismo vende la zona como el único lugar en donde podrás bañarte en dos mares y donde se ve la salida y la puesta de sol sobre las aguas.

Viniendo desde Lorca comenzamos el periplo desde Cabo de Palos hacia el norte, por la carretera que sirve de columna vertebral llamada Gran Vía. Vimos pequeñas calas, grandes edificios de cemento, casas pequeñas, muchos locales de restauración, negocios de deportes náuticos, etc., y es que se nota que su principal actividad es el turismo. Llegamos al punto final, donde hay varios chalés alrededor de una especie de gran rotonda con canales que, al parecer, fueron unas antiguas salinas.

Allí atravesamos el Puente de la Risa, que es realmente empinado y que al parecer al bajar al otro lado, dada la pendiente, a todo el mundo le da la risa por el pequeño susto. También paramos a ver un par de antiguos molinos salineros del siglo XIX (aunque en realidad leí que había tres, en distintos estados); para mí el más bonito es el de Veneziola, por estar más completo, y es que da pena el estado de abandono que presentan.

Comenzamos la vuelta hacia Cabo de Palos, parando en un local a tomar algo llamado Chiringuito Playa Chica y darnos un baño en el Mar Menor. El agua estaba realmente caliente y no cubría más que hasta la cintura, ideal para ir con niños. La verdad es que el local, a pie de playa, estaba genial.

Tras el rato de descanso y baño nos dirigimos al Faro de Cabo de Palos, del cual pudimos hacer unas fotos desde la distancia, y continuamos hasta el restaurante El Mosqui, que nos habían recomendado varios amigos de la zona y que resultó ser un éxito. Nada más llegar nos atendió Jose, un camarero que es de Mos, muy cerca de donde vivimos, así que ya hubo conexión desde el principio, pero además es un profesional de la gastronomía así que está muy al día de las novedades y locales de moda así que tuvimos una conversación muy amena e interesante con él durante toda la comida.


Rápidamente nos ofreció un menú degustación, aceptando sin dudar; también nos recomendó un vino gallego, Viruxe, elaborado por Pedro Méndez a base de Mencía en Rías Baixas, y que estaba buenísimo. Repito, es un grandísimo profesional que hace que la experiencia mejore enormemente. El menú incluía vinos que no eran el que bebimos por lo que Jose nos arregló la cuenta pagando un suplemento de 12€, una ideal genial. Paso a relataros los platos:
-Hueva de mujol en dos elaboraciones (una curada y otra a la brasa envuelta en sal)
-Crujiente de arroz deshidratado con tinta de calamar y tartar de atún
-Mejillones en escabeche casero
-Croquetas de pichi, albacoreta y parmesano kimchi
-Quisquilla con aguachile para Pelayo
-Sardina de Torrevieja en dos curaciones (salada y ahumada) para mí
-Pulpo ahumado con crema de boniato, servido en una vajilla elaborada exclusivamente para el restaurante, con la forma del faro de Cabo de Palos
-Dorada del Mar Menor con salsa marinera
-Arroz al caldero con salmón de mar
-Tarta de queso
-Leche frita con crème brulé
Tras la comida salió el cocinero y resultó ser un chico llamativamente joven, con muchas ganas, así que vemos mucho margen de mejora todavía, es un local a tener muy en cuenta si vais por la zona. El menú, aunque se pueden pulir algunas cosas, nos encandiló, pues es divertido, sabroso, variado y además muy abundante (nos costó acabar todo); además por 45€/persona me parece que es difícil de superar en relación calidad precio. El local además es muy curioso, pues la entrada parece un barco, con su torre en la parte alta, y hay decoración que han ido reuniendo con el paso de los años. Llamó mi atención un telegrama que recibieron por parte de Fraga Iribarne en 1969, por aquel entonces Ministro de Turismo, felicitándolos por haber recibido la Placa de Bronce al Mérito Turístico, una carta de la Duquesa de Franco lamentándose por el incendio de 2000 que casi les arruina, fotos antiguas, objetos marinos, etc.

Tras despedirnos de Jose nos dirigimos a San Pedro del Pinatar con el la idea de ver el parque natural y bañarnos en sus lodos. Conseguimos aparcar en la calle, en una zona de aparcamiento libre muy cercano a la Playa de la Mota. Caminamos hasta el Molino de Quintín, que es quizás el mejor restaurado de todos los que vimos. Se encuentra al inicio del Paseo de San Pedro o de los Molinos que debe de ser bien bonito, me quedé con ganas de hacerlo, para ver las playas, las salinas, la Manga desde el extremo y el Molino de la Calcetera. Al parecer se utilizaban para moler la sal y controlar el nivel de agua de las salinas.

Enseguida vimos la gente bañándose en el agua con lodos. Hay varios muelles de madera así que caminamos hacia el que estaba menos concurrido e intentamos enterarnos cómo funcionaban: dejamos las mochilas en el pequeño muelle, nos pusimos el bañador y nos metimos en el agua, que al pisar parecía de flan con nata de lo blando que estaba. Hay que coger lodo del fondo (ya había recipientes de plástico para ellos en el muelle, como culos de botellas de plástico, pero sino con la mano vale también), salir del agua y embadurnarse entero con ellos, lo que significa acabar negrísimo. Luego hay que esperar a que seque al sol, lo que tarda alrededor de 30 minutos.

Al parecer estos lodos tienen gran valor terapéutico para reumas, artritis, gota, problemas de piel, cicatrización, etc., pues son muy mineralizantes. Una vez que la arcilla se seca, absorbiendo las toxinas de la piel, se va formando una especie de costra, por lo que hay que volver a meterse en el agua para sacárselo, pero en la de la misma charca, no en el Mar Menor que está del otro lado, para que no se agoten. Una opción más profesional es ir a los talasos de la zona, que hay varios. El agua, por cierto, estaba muy caliente y llena de flamencos (me acerqué bastante para verlos y ni se inmutaron, eran preciosos), pues es una Zona de Especial Protección para las Aves. El bañador al principio piensas que lo vas a tener que tirar pero luego sale prácticamente todo y sino la lavadora acaba de rematar el procedimiento.

Nos bañamos luego en el Mar Menor y nos vestimos para ir al Restaurante Magoga, donde habíamos reservado mesa para cenar la última noche del viaje, tras recibir muchas recomendaciones de amigos. No íbamos precisamente elegantes ni perfumados, pues los lodos serán buenísimos para la piel, pero no huelen bien. Pedimos disculpas al entrar por las pintas playeras que llevábamos (nos callamos lo del mal olor) pero no pareció importarles. En el siguiente artículo paso a relatar nuestra genial experiencia en el Restaurante MAgoga, pues bien merece un artículo aparte.
Al día siguiente dejamos el Parador que, donde nos cobraron más de lo que yo contaba: se suponía que había una oferta de 3×2 noches para Amigos de Paradores a la que yo me había acogido pero al final nos hicieron como una especie de prorrateo y nos cobraron las tres noches igual. Comparado el precio con Booking nos salió 20€ más barato, vaya rebaja… A pesar de que hice una queja por escrito no obtuve una respuesta convincente o sea que ojo con la publicidad engañosa. Dejamos el coche de alquiler en la misma oficina de SIXT del Aeropuerto de Alicante y volamos de vuelta a Santiago con Ryanair, donde recogimos nuestro coche sin incidente.
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