Una vez que amanecimos en el hotel de Puno, nos preparamos para la excursión a las islas del LAGO TITICACA que habíamos reservado y bajamos a desayunara la hora acordada. Allí nos encontramos sólo con Borja, pues Bea seguía enferma, así que habían decidido quedarse en el hotel, sin venir con nosotros. Al parecer Bea no había comido nada ni había tomado la medicación y no se encontraba nada bien.
El desayuno estuvo muy bien: huevos fritos, plátanos enanos (les llaman bizcochitos), jamón york, queso pan, mermelada, mantequilla, té y café, etc. Al acabar Borja le llevó algo de comer a Bea al cuarto. Pelayo y yo cerramos las maletas, las dejamos en la consigna de recepción y esperamos a que vinieran a buscarnos. Al poco apareció un minibús y nos subimos; Borja aprovechó para hablar con la guía, pudiendo finalmente cambiar la excursión de dos días por la de uno, en caso de que Bea se encontrase bien al día siguiente. Dejamos además encargado a Borja para que fuese a comprar a la Estación de Bus los billetes de Puno-Arequipa para el sábado.
El minibús nos dejó en el puerto y allí la guía nos indicó que sería aconsejable comprar algo de regalo para la familia que nos iba a acoger, decantándonos por un paquete de arroz y unas manzanas. Al poco subimos a un barco, ni muy grande ni muy nuevo. Yo intenté abrir la ventanilla y el cristal cayó como una guillotina golpeándome a mí y a un chico que iba detrás.
En cuanto zarpamos se presentó el guía, llamado Rubén, que nos hizo presentarnos a todos. En el barco había gente de Francia (un montón, entre ellos unas chicas con las que ya habíamos coincidido en el tren a Machu Picchu y Julian), Chile (Claudio y Roxana), Colombia (Darío el padre, Sergio y Uriel sus hijos, María, esposa de Uriel, y Alexis, primo de los hermanos), Perú (Octavio), etc.
La primera parada fue en la ISLA DE LOS UROS, a 3800 metros de altitud, en donde se habla aymara. Entre todas las islas Uro, que son alrededor de 80, hay un total de 2500 habitantes. Estas islas son artificiales, pues las ha creado el hombre a base de un junco que nace en el lago llamado TOTORA, acumulándolo y anclándolo al suelo con largos palos. Al parecer los uros se exiliaron a las aguas del lago escapando de la invasión inca de Pachacutec.
Al pisar el suelo de la isla, se nota muy mullido, como si fuera un cojín gigante. La zona que está en contacto con el agua se va pudriendo así que tienen que ir poniendo nueva totora por encima. Todo allí es de totora: el suelo, las casas, las camas, las barcas, etc., incluso se comen sus raíces blancas, aunque a mí me parecieron un poco insípidas. El jefe de la isla en la que paramos se llamaba Antonio, que nos recibió y nos contó cómo se construyen las islas y cuáles son sus costumbres. No pueden dedicarse a la agricultura así que su sustento principal es la pesca. Con el excedente se adquieren otros productos en tierra firme. Se pesca trucha, pejerrey, carachi, etc. Otra actividad muy típica la confección de tejido por parte de las mujeres, de bonitos colores y, últimamente, el turismo.
Luego dimos una vuelta en una de sus grandes canoas, que están fabricadas con 2000 botellas de refrescos de 2 litros recubiertas por totora. Así flotan y duran más tiempo (pues antes sólo se hacían de juncos). El viaje fue una estafa, pues pagamos 15 soles por persona cuando en realidad en la guía que llevábamos decía que lo normal eran 5 soles (que fue lo que pagaron a Borja y Bea al día siguiente). Luego supimos que Rubén, el guía, era Uro por lo que imaginamos que querría más inversión para sus islas a base de cobrarnos de más…
Durante el viaje en barco aprovechamos para preguntar a Rubén todas las cuestiones que nos surgieron con el fin de conocer mejor este llamativo modo de vida. Las islas pueden moverse de un sitio a otro del lago, también unir varias o crear nuevas (por ejemplo cuando se produce un matrimonio) e incluso separarse si no se llevan bien los habitantes entre sí. Desde hace unos años ya cuentan con electricidad gracias a paneles solares. Tienen que tener mucho cuidado con el fuego porque ya han ardido islas enteras por culpa de incendios incontrolados. Los niños van cada día en barco hasta Puno para ir a la escuela. Además hay un chamán que va por las islas visitando a los enfermos. Aquí tenéis la opinión y más fotos en Tripadvisor sobre las islas flotantes de los uros.
Tras esta visita continuamos en nuestro barco hasta la isla de AMANTANI. Allí nos recibió el jefe de la isla con varios nativos y es que existe un turno rotatorio de acogida entre toda la población para que haya ingresos en todas las familias por igual. A nosotros nos acogió una señora muy pequeñita llamada Hermenegilda, con la cara abrasada por el sol. Además de nosotros acogió también a una pareja de chilenos: Roxana y Claudio. La señora vivía al final de una cuestarrona terrible que tuvimos que subir muy tranquilamente porque con el peso de las mochilas y la altitud no dábamos para más. Hermenegilda sin embargo subía que se las pelaba…
La casa estaba construida con adobe y contaba con dos plantas, una cocina, un wáter fuera del recinto y una huerta. Hermenegilda repartió las habitaciones nada más llegar y dejamos las mochilas en ellas. Los cuartos eran muy grandes, con dos camas y una mesa cada uno, pintadas de vivos colores.
La isla de Amantani es casi circular y es la de mayor tamaño del lado peruano del lago Titicaca. Su altura máxima es de 4150 metros y cuenta con 800 familias repartidas en 8 comunidades. Su actividad principal es la agricultura: papas, oca, cebada, habas, etc, pues disponen de varios manantiales permanentes de agua dulce. También se dedican al textil, a la artesanía, a la pesca y al turismo.
La isla, por lo que nos explicaron, está habitada desde la época inca y en 1580 fue vendida por el Rey Carlos V a un español llamado Pedro González. Poco a poco y, debido a las sequías, los nativos fueron comprando prácticamente todas las tierras de la isla. Está a tres horas en barco de Puno y cuenta con gran variedad de flora: la cantuta (flor nacional), la muña, etc.
Después de dejar las cosas en los respectivos cuartos bajamos al patio, pues Hermenegilda estaba en la cocina preparando la comida. Dicha cocina era de adobe, con una entrada por la que metía ramitas de eucalipto y dos fuegos. Al parecer los eucaliptos también son una plaga aquí, incluso son utilizados por los uros para anclar las islas al fondo mediante sus largos troncos.
Pelayo y yo ayudamos a la señora a preparar la comida: pelamos y picamos verdura. Yo me toqué uno ojo sin acordarme de que había partido un ají picante y se me puso rojo como un rocoto. Tuve que poner un buen rato el ojo debajo del único grifo que había en la casa, que estaba en la huerta…
La comida consistió en dos platos: sopa de quinoa de primero y un combinado de segundo que llevaba arroz, distintos tipos de papas (algunas incluso deshidratadas), oca, queso frito, tomate y pepino. Muchos de los productos eran de la huerta de la casa de Hermenegilda. Para beber nos trajo unas cervezas Cuzqueñas enormes de la tienda, que nos cobró a 10 soles cada una, y mate de muña. Luego nos lavamos los dientes en el grifo del huerto, que es el único punto de la casa con agua corriente. Para utilizar el wáter hay que tirar un cubo de agua por el agujero después, pues no hay cisterna.
Después de comer dormimos una siestecita y a las 15:30 nos reunimos con el resto del grupo en la cancha de fútbol del pueblo. Varios de los chicos jugaron un buen rato al fútbol con los niños de la isla. Luego el guía nos llevó al templo preincaica de la Pachatata, que estaba en lo alto de una colina. En otra colina se divisaba el de la Pachamama, pero éste no lo visitamos. La cuesta era empinadísima así que cada uno fue a su ritmo. Cuando llegamos a lo alto cayó la tormenta que había amenazado toda la tarde así que volvimos corriendo para el pueblo. A mí me dio rabia no dar las típicas tres vueltas alrededor del templo que dan todos los visitantes para obtener buena suerte.
Nos metimos en un bar minúsculo que había en la isla, en donde nos sentamos con el simpático grupo de colombianos y pedimos chocolate caliente para todos. Sobre las 18 horas volvimos para la casa de Hermengilda, quien estaba preparando ya la cena. Estaba también en la cocina uno de sus seis hijos, Christian, que es el más pequeño y el único que vive con ella en la actualidad. El hijo era muy tímido por lo que apenas conseguimos hablar con él. Con Hermenegilda tampoco es fácil a veces entenderse, pues hablaba más quechua que español. El menú fue sopa de quinoa de primero y de segundo un plato con arroz, queso, papas fritas, verdura, huevo revuelto, tomate y judías verdes. Para beber cerveza Cuzqueña y mate de muña, al igual que al mediodía. Aprovechó para enseñarnos las prendas que teje con lana de alpaca por lo que yo aproveché para comprarle un gorro de colores muy bonito (30 soles).
Luego nos trajo la ropa típica con la que se visten los nativos de la isla para que nos la pusiésemos los cuatro: poncho para ellos y traje completo con capa negra y camisa blanca bordada a mano, refajo, falda rosa y fajín para nosotras. El bordado es muy colorido, con forma de flores, muy bonito. La capa la llevan las mujeres en la cabeza, sin atar ni nada, no sé como aguantan porque es muy pesada, a mí se me caía todo el rato. Una vez vestidos nos dirigimos a la casa de reuniones en donde daban una fiesta para los turistas. Había unos músicos con instrumentos tradicionales y vendían algo de bebida. Poco a poco fue llegando todo el mundo.
Los músicos tocaban canciones un tanto monótonas que las mujeres nos enseñaban a bailar en corro. Hermenegilda era la más bailonga de todas con diferencia. Los franceses se fueron marchando poco a poco y quedamos sólo los latinos hasta el final. Los músicos, antes de que los turistas empezasen a abandonar el salón, pasaron la gorra por entre los asistentes para que les echásemos monedas. A las 22h nos marchamos para la casa de vuelta, pues llevábamos un buen rato solos, acompañados únicamente por Hermenegilda y el hombre que alojaba a los colombianos. Octavio, el peruano, iba hacia el puerto porque la familia que lo alojaba vivía por allí, lo cual nos asustó un poco porque no se veía absolutamente nada, no había ni una luz. Al día siguiente supimos que se perdió y tardó un buen rato en encontrar su alojamiento.
Nos despedimos en nuestra puerta de los colombianos, pues ellos continuaban aún más para arriba de la cuesta. Nos lavamos los dientes en el grifo de la huerta y nos metimos en cama (a pesar de que había dos, dormimos en la misma para no pasar frío). Las mantas eran muy pesadas, prácticamente imposible darse la vuelta, aún así Pelayo me destapó varias veces durante la noche. Además tuve que levantarme a hacer pis durante la noche en el baño rústico de la huerta porque con tanto mate, sopa y Cusqueña reventaba… Aquí tenéis opinión y foto de la Isla de Amantani en Tripadvisor.
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