Tras la noche en Tambopata nos levantamos a las 5 de la mañana, desmontamos las tiendas con ayuda de Satur y volvimos al barco. La familia aún estaba durmiendo en la estancia de al lado. Estando en la orilla, preparando las cosas para zarpar, apareció José con el tapir, que se metió en el agua y dio una vuelta alrededor de la barca como para despedirse. Volvió a subir y pidió mimos a José con la trompita durante un buen rato, es graciosísimo. Luego se metió entre unos matojos a comer y descansar.
Nos despedimos de José y del tapir y tomamos rumbo a Puerto Maldonado. El día anterior había llovido en los Andes mucho y por tanto el río había crecido una barbaridad; había además un montón de ramas y troncos flotando que Satur tenía que ir sorteando. Durante el camino Satur nos sirvió el desayuno, luego dejó a Bryan conduciendo y se vino a hablar con nosotros de un montón de cosas. Le daba pena despedirse, y a nosotros también. Le regaló a Pelayo una piraña que había pescado y disecado él mismo, y a Borja un pez que tiene unos dientes que parecen humanos (por eso de que es dentista…). Nos hizo además un colirio casero a base de zanahoria que sólo se atrevió a probar Pelayo, pues el modo de administrarlo era a través de la hoja de un cuchillo (dejando caer las gotas por el filo).
Finalmente llegamos sobre las 8 de la mañana al mismo embarcadero desde el que habíamos salido hacía unos días, aprovechando la fuerza de la gran corriente. Recogimos mochilas, bikinis, etc., y nos despedimos allí mismo de Bryan. Satur había llamado al mismo taxista que nos había traído hasta aquí, quien nos dejó en una torre mirador que hay en el centro de Puerto Maldonado, en el cruce entre la Avenida de Puerto Maldonado y la Avenida de Fitzcarrald. Satur ya nos esperaba allí, pues había cogido una moto taxi.
Este mirador es llamado el OBELISCO DE LA BIODIVERSIDAD y tiene el honor de encontrarse entre los edificios más feos del mundo. Fue inaugurado en 2002 para celebrar el 89 aniversario de la creación política de Madre de Dios, por un alcalde que actualmente está condenado por abuso de autoridad. Tiene 45 metros de alto, 7’5 de diámetro y un ascensor panorámico que no funciona por lo que tuvimos que subir por las escaleras los once pisos. Al parecer por la noche se ilumina y se ve a 50 km de distancia.
Desde lo alto se ve la ciudad en medio de la selva, el punto de unión de los ríos Madre de Dios y Tambopata así como varios meandros de ambos. Es increíble ver todo plagado de vegetación hasta el horizonte, pareciendo Puerto Maldonado un oasis en medio de la selva. Nos hicimos varias fotos y bajamos hasta la calle, en donde nos esperaba el taxista. Allí nos despedimos ya de Saturnino, con una pena horrorosa… Y finalmente el taxista nos dejó en el aeropuerto. Aquí está la crítica del Mirador de la Biodiversidad en Tripadvisor.
En la cafetería del aeropuerto nos tomamos una cerveza Cusqueña negra que estaba muy buena y misteriosamente fría, pues aquí lo normal es que te sirvan la cerveza templada (2 cervezas= 14 soles). Facturamos las mochilas en cuanto abrió el mostrador, nos dieron las tarjetas de embarque y volvimos a la única cafetería que había en el lugar. Pelayo y yo pedimos un sándwich calabrese para compartir (con salchichas calabresas, ensalada y patatas paja) que estaba delicioso, Borja y Bea un sándwich de jamón y queso y una ración de patatas fritas (Total= 56 soles, 14 euros).
Sobre las 11am pasamos el control de seguridad, bastante laxo pero con gente muy amable, y pasamos a la zona de embarque en donde estuvimos un buen rato por lo que yo aproveché para echar una cabezadita. Nuestro vuelo salió a las 12:20, con media hora de retraso. Es curioso despegar del pequeño aeropuerto de la ciudad y estar de repente sobrevolando la selva cerrada. Las vistas son maravillosas, pudiendo observar los ríos, con un montón de meandros ciegos. Tras una hora escasa de vuelo llegamos a Cuzco, en donde ya nos esperaba Cleison, el hijo de Saturnino, en la salida del aeropuerto. Tenía un taxi contratado que nos llevó al hostal Paucartambo (C/Palacio), pero esta vez debía de estar liado porque no se quedó a comer. Quedamos a las 6am del día siguiente en el hostal para que nos entregase los billetes que faltaban.
Allí nos esperaban las mochilas que habíamos dejado en consigna y la colada con ropa limpia. Nos duchamos y salimos a comer pero Bea no se encontraba bien así que se quedó en el cuarto. Borja, Pelayo y yo comimos en la tradicional picantería en la que habíamos cenado con Cleison antes de coger el bus a Puerto Maldonado. Cuando llegamos estaba todo lleno así que la señora nos sentó en una mesa en la que estaba un señor solo, preguntándole antes educadamente si le importaba compartir con nosotros la comida, a lo que el señor respondió que no. El menú, de 9 soles, fue sopa cusqueña (con carne, patata cocida, berza, etc.) y de segundo Pela y yo pedimos asado a la olla. Yo no pude apenas probar el segundo porque con la sopa ya me llené, era muchísima. Para beber pedí chicha de quinoa que tenían en un caldeiro pero no me gustó nada, no sé si por eso no la cobraron. Además ellos bebieron cerveza y agua. Pagamos entre los tres 37 soles.
Luego tomamos algo en el café Bondiet: Borja un mate de coca con hojas naturales, Pelayo un pisco sour que estaba buenísimo y yo un café moka. Además pedimos dos porciones de tarta, una de chocolate y otra de dulce de leche y castañas (estaban exquisitas, sobre todo la segunda). Borja pidió un sándwich con muy buena pinta para llevar para Bea. Nos invitó Borja así que no sé cuánto pagó por todo. Volvimos dando un paseo hasta el hostal y allí nos acostamos un rato. Pusimos la alarma a las 17:45 para levantarnos con la idea de ver las danzas tradicionales del museo Qosqo de Arte Nativo. Cleison nos dijo que estuviésemos puntuales a las 18h porque sino sería imposible conseguir entradas. Avisamos a Borja y Bea, pero decidieron quedarse en el cuarto y no venir así que fue un alivio, pues Pelayo no encontraba su boleto turístico y así se llevó el de Borja (pues la entrada en este museo es una de las incluidas en dicho boleto). Justo antes de salir del hostal me di cuenta de que me faltaba la mochilita negra de Quechua así que me la había olvidado en la picantería, menos mal que no estaban dentro la cartera ni el móvil. Pasamos entonces por la picantería y allí estaba, con todo, menos mal…
Cuando llegamos al Museo ya eran las 18:15 y la cola era infinita pero nos pusimos igualmente. Al rato abrieron las puertas y la gente empezó a entrar rápidamente; cuando sólo faltaban 5 o 6 por delante de nosotros salió una chica de dentro y nos dijo que la sala se había llenado. Había otra sesión a las 20pm así que nos dio la opción de esperar hasta esa hora, pues entrábamos fijo si esperábamos en la cola. Como hacía frío y no nos apetecía esperar hora y media nos marchamos a dar un paseo. Aprovechamos para mirar unas botas de montaña para Pelayo en una zapatería de la cadena BATTA, muy grande que hacía esquina. Al final se llevó unas oscuras de media caña por 119 soles.
Luego fuimos a una tienda de ropa que había fichado yo unos días antes, llamada TOPITOP que en realidad es una cadena y la hay en las principales ciudades del país. La ropa era preciosa, muy femenina y actual, además de ser para culonas y pechugonas como yo así que por una vez en la vida todo me sentaba bien. Es curioso que la mayoría de los maniquíes en Perú tienen el culo bien grande. Me probé un montón de cosas con ayuda de Pelayo (pues sólo se podía entrar a los probadores con 4 prendas y yo me excedía de calle…) y al final, por vergüenza torera, “sólo” me llevé una cazadora de color salmón, un pantalón elástico azul eléctrico, un jersey con unas pequeñas tachuelas en los hombros y una camiseta de tiras blanca con flores (total=343 soles, 85 euros, pues estaban de rebajas). Hoy día me arrepiento de no haberme llevado más cosas, pues sienta muy bien y años después aún la sigo utilizando porque está en buen estado.
Tras las compras dimos un bonito paseo por el centro. Un chico llamado Armando, que decía ser estudiante de bellas artes, nos abordó con un montón de acuarelas. Después de regatear un buen rato nos llevamos una pequeña en formato alargado de la ciudad de Cusco por 20 soles. Decidimos darnos un homenaje y fuimos al Chicha pero resulta que no había mesa para cenar hasta las 21:30. Reservamos entonces mesa para dos a esa hora y nos fuimos a continuar con el paseo. Pelayo compró una gorra preciosa de Cerveza Cusqueña en una tienda de la Calle Heladeros, muy cerca del restaurante, que es muy especial porque lleva un dibujo al frente con varios tocapus y un abridor de cerveza en la visera (35 soles).
Al rato entramos en una cafetería muy chula que había muy cerca del Chicha, llamada KUSHKA CAFÉ. Pelayo pidió una Cusqueña y yo un zumo natural recién exprimido de piña, papaya y naranja que era enorme y estaba buenísimo (total 8+9=17 soles). Aquí tenéis la crítica con fotos en Tripadvisor del Café Kushka.
Sobre las 21:15 tiramos hacia el restaurante y al llegar ya nos pasaron a mesa. Se me ha olvidado decir que fuera tienen un diploma que certifica que fue el segundo mejor restaurante de Cuzco durante el año 2012. El camarero que nos atendió unos días antes nos reconoció y nos saludó muy amablemente. Esta vez pedimos Tiradito de trucha (acompañado de alcaparras, rocoto verde, y ensaladita de rúcula con palta), True Crue Alpaca (tostada con filete de alpaca acompañada de emulsión de mostaza y ají amarillo y aparte un steak tartar de alpaca) y Rocotos rellenos (de lomo sobre pastel de papa). Estaba muy bueno todo, sobre todo la alpaca, es una carne muy magra con un gran sabor, es de lo más rico que he comido nunca.
Lo que «menos» me gustó fueron los rocotos, además picaban mucho. Como cortesía nos volvieron a poner de cortesía los aperitivos de crema de verduras, mantequilla con cilantro y especias varias con pan de papa amarilla.
No pudimos ya pedir postre por estar muy llenos pero nos ofrecieron, al igual que la otra vez, unos alfajores y unas gelatinas, esta vez de melocotón. Como en cada mesa atienden 6-7 camareros se debieron de confundir y nos trajeron dos veces los alfajores y las gelatinas. Para beber pedimos cerveza Pelayo y yo agua. Luego Pelayo tomó un pisco sour, bastante más cargado que el del Café Bondiet. Pagamos en total 133 soles (35 euros). Es un lujo poder comer alta cocina a este precio. Volvimos al hotel paseando, parando antes en la Plaza de Armas para sacar las últimas fotos con la iluminación nocturna. Al llegar al hostal fuimos a visitar a Borja y Bea, que no habían salido. Bea tenía fiebre. Dejamos las maletas preparadas y nos acostamos.
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